Este es un post especial a mi amiga Cecci, mi paño de lágrimas, mi compañera de mañana, tarde y/o noche, mi confidente.
¡¡Te quiero amiga!!!
Sueños del alma
No es de todo un poco, es de sólo un poco más...
miércoles, marzo 07, 2012
jueves, enero 12, 2012
Se busca
viernes, junio 12, 2009
Ausencia
martes, noviembre 21, 2006
Define
con una palabra:
La dulzura de tus labios rozando los míos
La luz de tu mirada iluminando mi corazón
La sensación que recorre mi espalda cuando me abrazas
La delicia de sentir la humedad de tu cuerpo
La interminable nostalgia cuando estás ausente
El deleite de sentirte cerca
Y la seductora-serena pasión de nuestro amor
Fotografías: liridoyyo
y otros
lunes, noviembre 13, 2006
Un minuto
Fotografía: liridoyyo
Dame un minuto
entre tus brazos
para sentir el calor de tu cuerpo
dejar que el mío se funda con el tuyo
y hacer uno solo, único, maravilloso.
Sólo un minuto
y después dejemos correr toda una vida,
donde el tiempo no fluya
donde el tiempo desaparezca
donde el tiempo desaparezca
donde no exista el ayer-hoy-mañana
donde el inicio y final sea un tu-y-yo
eterno, inmortal, infinito.
martes, noviembre 07, 2006
Abrazo
martes, octubre 31, 2006
Celebración
Hoy y mañana muchos celebran las festividades de muertos, niños imitadores por diversión y algunos adultos por aburrición, en las tiendas desde hace un mes se anuncia y se venden productos por miles, de todos colores, variedades y sabores.
Hemos adoptado la tradición del halloween, adulterando la propia, la de nuestros ancestros, la de miles de años, aquella que dicen que nos heredaron los aztecas.
¿Celebro? No, no celebro la muerte, me gusta más celebrar la vida.
Recuerdo cuando era niña (sí, en aquella época ya existían los lobos) que nunca hubo en casa una ofrenda, nunca hubo un altar y nunca esperamos a que llegaran los niños y adultos a comer, de hecho aún confundo en qué día llega quien (o qué) para mi lo más divertido y delicioso era ir con mi abuelo al pueblo donde nació, a dejar flores a sus parientes muertos.
Nos levantaba a las 4 de la mañana y a más tardar a las 5 de la mañana estábamos saliendo. Aunque en tiempo normal se hace tres o cuatro horas, nosotros hacíamos el recorrido en el doble de tiempo, primero porque íbamos “puebleando” y segundo porque a él no le gustaba que corrieran a más de 60 km/hr, además que le gustaba irse por la vieja (no por una mujer, sino por la carretera libre) por no pagar la cuota, sí, mi abuelo era “codo”.
Lo rico del recorrido y de ir “puebleando” era que podíamos parar en cualquier lugar a desayunar, a saborear esos deliciosos tamales de elote, de dulce o mole, acompañados de champurrado o atole de elote, con leche o cualquier otro sabor. En el siguiente pueblo que visitábamos nos tocaba almorzar, generalmente carnitas y aprovechábamos para comprar las flores, generalmente nube y cempasúchil.
Hasta llegar al pueblo de mi abuelo, directo al panteón, a buscar la cripta donde enterraron a su mamá, abuela, tíos y una hermana mía, la mayor.
Me aburría ver como limpiaban la cripta, sacudían el polvo, limpiaban ventanas, limpiaban los floreros. Desde allí me di cuenta que lo mío no era hacerle de ama de casa, prefería salir a ver las otras tumbas, a leer los epitafios, enterarme a qué edad habían muerto e inventarle historias, desde las más tiernas, hasta las más tristes. Me perdía entre ellas, procurando no pasar encima, pues mi abuela me decía que era como pisarlos, era una falta de respeto.
A diferencia de mi abuelo, los parientes de mi abuela están enterrados en una tumba sencilla, alejada de la entrada, lo que me da una idea de que la familia de mi abuela era más pobre que la de mi abuelo.
Solía aparecerme cuando ya habían terminado de limpiar la cripta, lo que sí me gustaba hacer era acomodar las flores y acompañar a mi abuela a la tumba de su mamá.
Cuando al fin terminábamos, íbamos directo a casa de María, sobrina de mi abuela, nos invitaba a comer, cocinaba delicioso, nos guisaba chileatole, frijoles y tortillas hechas a mano, todo un manjar.
Si corría con suerte, podía ver a la tía Ventura, tía de mi abuelo, un encanto de mujer, adorable, siempre sencilla, con sus largas trenzas, con su falda llena de sorpresas, con esos surcos en el rostro que había hecho el tiempo, el trabajo del campo y la tierra, llena de vida a sus ... no sé cuántos años tendría, muchos supongo. Verla era toda una alegría y con su frase favorita “si, m’ijita” nos regalaba capulines, manzanas y duraznos priscos entre besos y abrazos, además de una bendición que duraba todo el año.
Visitar a otras dos tías era una tortura, no ofrecían ni un vaso con agua, eran aburridas, siempre cubiertas con un rebozo, con voces chillonas y a quienes siempre debíamos decirles “tía” porque de lo contrario era castigo seguro.
De regreso seguíamos “puebleando” sobre todo buscando objetos de barro, cazuelas, jarros, cántaros, ollas y molcajetes, también a mi abuelo le gustaba comprar sidra, no para bebérsela, sino para hacer negocio vendiéndola en temporada navideña.
Llegábamos a casa con de miles de cosas: frutas de la tía Ventura, pan comprado en el pueblo, frijol, arvejones, habas secas, ollas, jarros, molcajete, botellas de sidra, itacate con comida de María o comprada en el mercado y el inolvidable recuerdo de los pleitos entre mi tío que conducía y mi abuelo, ya fuera por la ruta, por la velocidad, por cualquier cosa o el interminable y malogrado deseo de mi tío de enseñar a manejar a mi mamá o a mis tías. Sin esto, viajar dos veces por año, la otra fecha era el 10 de mayo hubiera sido aburrido.
Nuestros compromisos lograron que declinara el interés por esta tradición, supe cuando falleció la tía Ventura, pero no me permitieron ir porque no cabía en el auto, fue muy doloroso para mi, no poder ver por última vez a esa hermosa mujer que muchas ocasiones me acurrucó entre sus brazos y con paciencia me mostró los animales de su pequeña granja, me cuidó y me inculcó el amor por el campo.
La última ocasión que mi abuelo visitó ese panteón fue cuando enterramos a mi abuela y casi un mes después él le hizo compañía.
No voy más a visitar esas tumbas, en parte por la nostalgia de extrañar tiempos pasados, en parte porque no creo necesario ir allá para recordarlos, aquí los recuerdo casi a diario, en mi corazón estarán hasta el día en que vuelva a verlos, no creo en ir a dejarles flores como un homenaje, para mi es más importante hacerlo en vida.
Si quieres hacer feliz a alguien que quieres mucho,
díselo hoy, sé muy bueno....
Si deseas dar una flor, no esperes a que se muera,
Si deseas decir ¡Te quiero! a la gente de tu casa,
al amigo, cerca o lejos....
No esperes a que se muera la gente para quererla,
y hacerle sentir tu afecto....
Tu serás mucho más feliz,
Más que visitar panteones y llenar tumbas de flores,
llena de amor corazones.....
Hemos adoptado la tradición del halloween, adulterando la propia, la de nuestros ancestros, la de miles de años, aquella que dicen que nos heredaron los aztecas.
¿Celebro? No, no celebro la muerte, me gusta más celebrar la vida.
Recuerdo cuando era niña (sí, en aquella época ya existían los lobos) que nunca hubo en casa una ofrenda, nunca hubo un altar y nunca esperamos a que llegaran los niños y adultos a comer, de hecho aún confundo en qué día llega quien (o qué) para mi lo más divertido y delicioso era ir con mi abuelo al pueblo donde nació, a dejar flores a sus parientes muertos.
Nos levantaba a las 4 de la mañana y a más tardar a las 5 de la mañana estábamos saliendo. Aunque en tiempo normal se hace tres o cuatro horas, nosotros hacíamos el recorrido en el doble de tiempo, primero porque íbamos “puebleando” y segundo porque a él no le gustaba que corrieran a más de 60 km/hr, además que le gustaba irse por la vieja (no por una mujer, sino por la carretera libre) por no pagar la cuota, sí, mi abuelo era “codo”.
Lo rico del recorrido y de ir “puebleando” era que podíamos parar en cualquier lugar a desayunar, a saborear esos deliciosos tamales de elote, de dulce o mole, acompañados de champurrado o atole de elote, con leche o cualquier otro sabor. En el siguiente pueblo que visitábamos nos tocaba almorzar, generalmente carnitas y aprovechábamos para comprar las flores, generalmente nube y cempasúchil.
Hasta llegar al pueblo de mi abuelo, directo al panteón, a buscar la cripta donde enterraron a su mamá, abuela, tíos y una hermana mía, la mayor.
Me aburría ver como limpiaban la cripta, sacudían el polvo, limpiaban ventanas, limpiaban los floreros. Desde allí me di cuenta que lo mío no era hacerle de ama de casa, prefería salir a ver las otras tumbas, a leer los epitafios, enterarme a qué edad habían muerto e inventarle historias, desde las más tiernas, hasta las más tristes. Me perdía entre ellas, procurando no pasar encima, pues mi abuela me decía que era como pisarlos, era una falta de respeto.
A diferencia de mi abuelo, los parientes de mi abuela están enterrados en una tumba sencilla, alejada de la entrada, lo que me da una idea de que la familia de mi abuela era más pobre que la de mi abuelo.
Solía aparecerme cuando ya habían terminado de limpiar la cripta, lo que sí me gustaba hacer era acomodar las flores y acompañar a mi abuela a la tumba de su mamá.
Cuando al fin terminábamos, íbamos directo a casa de María, sobrina de mi abuela, nos invitaba a comer, cocinaba delicioso, nos guisaba chileatole, frijoles y tortillas hechas a mano, todo un manjar.
Si corría con suerte, podía ver a la tía Ventura, tía de mi abuelo, un encanto de mujer, adorable, siempre sencilla, con sus largas trenzas, con su falda llena de sorpresas, con esos surcos en el rostro que había hecho el tiempo, el trabajo del campo y la tierra, llena de vida a sus ... no sé cuántos años tendría, muchos supongo. Verla era toda una alegría y con su frase favorita “si, m’ijita” nos regalaba capulines, manzanas y duraznos priscos entre besos y abrazos, además de una bendición que duraba todo el año.
Visitar a otras dos tías era una tortura, no ofrecían ni un vaso con agua, eran aburridas, siempre cubiertas con un rebozo, con voces chillonas y a quienes siempre debíamos decirles “tía” porque de lo contrario era castigo seguro.
De regreso seguíamos “puebleando” sobre todo buscando objetos de barro, cazuelas, jarros, cántaros, ollas y molcajetes, también a mi abuelo le gustaba comprar sidra, no para bebérsela, sino para hacer negocio vendiéndola en temporada navideña.
Llegábamos a casa con de miles de cosas: frutas de la tía Ventura, pan comprado en el pueblo, frijol, arvejones, habas secas, ollas, jarros, molcajete, botellas de sidra, itacate con comida de María o comprada en el mercado y el inolvidable recuerdo de los pleitos entre mi tío que conducía y mi abuelo, ya fuera por la ruta, por la velocidad, por cualquier cosa o el interminable y malogrado deseo de mi tío de enseñar a manejar a mi mamá o a mis tías. Sin esto, viajar dos veces por año, la otra fecha era el 10 de mayo hubiera sido aburrido.
Nuestros compromisos lograron que declinara el interés por esta tradición, supe cuando falleció la tía Ventura, pero no me permitieron ir porque no cabía en el auto, fue muy doloroso para mi, no poder ver por última vez a esa hermosa mujer que muchas ocasiones me acurrucó entre sus brazos y con paciencia me mostró los animales de su pequeña granja, me cuidó y me inculcó el amor por el campo.
La última ocasión que mi abuelo visitó ese panteón fue cuando enterramos a mi abuela y casi un mes después él le hizo compañía.
No voy más a visitar esas tumbas, en parte por la nostalgia de extrañar tiempos pasados, en parte porque no creo necesario ir allá para recordarlos, aquí los recuerdo casi a diario, en mi corazón estarán hasta el día en que vuelva a verlos, no creo en ir a dejarles flores como un homenaje, para mi es más importante hacerlo en vida.
En vida hermano, en vida
Si quieres hacer feliz a alguien que quieres mucho,
díselo hoy, sé muy bueno....
en vida, hermano, en vida.
Si deseas dar una flor, no esperes a que se muera,
mándala hoy con amor.....
en vida, hermano, en vida.
Si deseas decir ¡Te quiero! a la gente de tu casa,
al amigo, cerca o lejos....
en vida, hermano, en vida.
No esperes a que se muera la gente para quererla,
y hacerle sentir tu afecto....
en vida, hermano, en vida.
Tu serás mucho más feliz,
si aprendes a hacer felices a todos los que conozcas...
en vida, hermano, en vida.
Más que visitar panteones y llenar tumbas de flores,
llena de amor corazones.....
en vida, hermano, en vida.
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