viernes, agosto 25, 2006

Historia pasajera


“Te vendo mi saco”. Lo decía una y otra vez.

Con la cabeza recostada sobre el cristal iba pensando en el trabajo, en cómo resolvería algunos problemas pendientes y no me percataba que el mensaje iba dirigido a mí, hasta que tocó levemente mi hombro. Volteé a verlo entre confundida, asustada y molesta por ser sacada de mis pensamientos. Volvió a repetir la frase “Te vendo mi saco”.

Aún no podía terminar de creer que era a mí a quien se dirigía, le miré y vi a un chico atractivo, pero había algo que no encajaba en él, probablemente era el traje anticuado que debió conseguir en el guardarropa de su abuelo.

El saco estaba bien conservado, seguramente sólo fue utilizado en ocasiones especiales y guardado por alguien cuya avaricia le había impedido lucirlo y heredado con mucho pesar por desprenderse de una posesión valiosa.

No contesté, mientras jugaba con la idea de subastarlo en una tienda de antigüedades o rifarlo para una fiesta de disfraces, pero dudé en que me darían una cantidad suficiente por él y el trabajo que me costaría convencer a alguien para que me comprara un boleto.

De reojo vi que todas las miradas estaban puestas en nosotros a la espera de una respuesta mía. No decayó su ánimo y se aventuró a explicarme la razón de su propuesta.

Lo habían despedido hacía seis meses por un recorte en la empresa donde trabajaba, pero a él lo habían seleccionado por el mal desempeño que había presentado en las semanas anteriores, la causa: una mujer, ¡oh mujeres tan divinas!, una mujer que le partió el corazón cuando al volver del trabajo la encontró, no en brazos de otro, eso hubiera sido menos doloroso, sino con las maletas listas, los muebles metidos en un viejo y estropeado camión de mudanza y sin mayor explicación le dijo adiós, así de simple y sin palabras, solo a través de las llamas frías que salían de sus ojos.

No corrió tras ella en ese momento por el aturdimiento que lo paralizó y cuando trató de localizarla fue imposible, nadie supo darle alguna pista de ella. Por días y días la buscó desesperadamente, ausentándose del trabajo, justificándose con una enfermedad del corazón que le impedía trabajar, lo cual en parte era verdad. Mientras la empresa empezaba a tenerlo en la mira para el siguiente recorte.

Él venía de una familia acomodada, había viajado por el mundo, tenía una vida llena de lujos que perdió cuando su madre moribunda, al saber la noticia de su matrimonio lo desheredó y ahora ella le pagaba de igual forma, despojándolo de lo que él atesoraba como su mayor riqueza.

Regresar cada día a un hogar vacío era más de lo que podía soportar, así que decidió mudarse y por el poco dinero que le dieron al despedirlo sólo le alcanzó para rentar un cuartucho en una vecindad.
Halló refugio en el grupo de vecinos bohemios que se reunían en la jardinera atrás del mercado y se hizo el mejor aficionado y organizador de parrandas diurnas.

Y buscó empleo, sí que lo buscó, pero por las malas referencias sólo había conseguido contratarse como chofer repartidor, para eso no necesitaba el saco, lo que necesitaba era pagar sus cuentas, gastos que anteriormente no le habían preocupado, pagar su comida, pues llevaba varios días sin probar bocado, el ruido que provenía de su estómago confirmó sus palabras.

No habló más, pero sus ojos me inquirían con insistencia una respuesta. Busqué en mi bolso y hallé algunas monedas, se las di y le dije que se quedara con el saco, a él le serviría más que a mí. En su rostro vi renacer una sonrisa, tomó las monedas y de una forma poco usual me dio las gracias, hizo una agradable reverencia delante de mí, al tiempo que decía “Román te lo agradece” y se fue.

El espacio lo ocupó otro señor, se le notaba nervioso, intentaba decirme algo pero no hallaba la mejor forma de hacerlo. Finalmente se decidió. Me dijo que había visto todo y que yo no era la primera persona a quien Román le vendía algo, pero con variaciones en su historia, aunque siempre decía que había sido rico y que había viajado por el mundo, que quienes le habían visto en más de una ocasión creían que algo no le funcionaba bien en su cerebro.

Lo que sentí no puedo describirlo, emociones encontradas me llenaban y oprimían el corazón durante el resto del trayecto, molestia por ser ingenua, tristeza por Román, enfado por conocer otra versión del chisme, pena por haber sido timada con mi consentimiento y delante de los viajeros que me miraban con conmiseración.

No sabré qué fue mentira, qué fue verdad, sólo sé que conocí a Román, el fantasioso-mentiroso-engatusador y que Román encontró otra ilusa- confiada-ingenua a quien pudo despojar sin mayor problema no sólo de monedas, sino de lo que solemos perder con tanta facilidad: confianza y fe en la gente.

Algún día volveré a recorrer el mismo trayecto, lo sé y sé que si encuentro a Román, le regalaré un par de monedas a cambio de escuchar una nueva adaptación de su crónica perniciosa.

Bien aquí vamos...

Este es mi primer día, no tengo la más remota idea de qué escribir hoy... seguro algo se me ocurrirá más tarde, o quizá mañana o pasado mañana... o quizá entre en pánico escénico y se me escurran las ideas o la musa de la inspiración decida irse de vacaciones justo ahora...

Es como llegar a un nuevo hogar, un nuevo empleo, llegas te instalas y de pronto tienes ante ti un mundo desconocido, no se sabe con exactitud por donde empezar, hay mucho que hacer, mucho que decir.

Muy probablemente esto no les suceda a muchos de los blogger's que son escritores a nivel intermedio o avanzado, ya tienen la experiencia, sólo les faltaba el espacio. Yo estoy al revés, tengo mucho espacio, pero las ideas no acaban de llegar y cero experiencia...

En fin, esto es sólo para darme ánimos.


Todo comienzo tiene su encanto. Johann Wolfgang Goethe, poeta y dramaturgo alemán.